miércoles, julio 16, 2014

La Xtabay

   Se cuenta que, en un pueblo de la península de Yucatán, vivían dos mujeres muy hermosas; una se llamaba Xtabay, una mujer bella, dulce y generosa que ayudaba a los necesitados y a la gente humilde; curaba a los enfermos abandonados y recogía a los animalitos que la gente tiraba cuando ya no los quería. No criticaba a nadie ni se metía en chismes. Pero tenía un defecto: le gustaba tener muchos novios sin poder serle fiel a ninguno de ellos, por lo que la gente del pueblo la trataba con desprecio y la criticaba duramente.


   A pesar de esto, Xtabay continuaba su labor soportando en silencio las injurias de la gente; viajaba a poblados muy lejanos donde socorría a los enfermos, despojándose de las joyas que le daban sus enamorados para poderlos ayudar.

   La otra mujer se llamaba Utz-Colel, una mujer recta y muy decente, conocida en el pueblo por su honestidad y por no meterse en problemas con nadie, incluso ni siquiera tenía un novio. Pero esta mujer era muy insensible, orgullosa y dura de corazón que nunca socorría a los enfermos y sentía repugnancia por los pobres.

   Un día, la gente del pueblo no vio salir de su casa a Xtabay; todos pensaron que andaría en algún pueblo vecino como acostumbraba, pero pasaban los días y no se le veía por ningún lado. De pronto, un agradable aroma a flores comenzó a invadir a todo el pueblo, un rico perfume que nadie se explicaba de dónde venía, hasta que algunos buscaron y se dieron cuenta que el aroma salía de la casa de Xtabay, así que decidieron entrar y vieron que Xtabay se encontraba allí… pero, ¡estaba muerta!

   Sin embargo, no estaba sola: junto a su cuerpo estaban varios animales que la cuidaban, y además descubrieron con asombro que el aroma brotaba del cuerpo muerto de Xtabay.

   Cuando Utz-Colel se enteró de lo sucedido, dijo que eso era una mentira y que, si del cuerpo de una mujer infiel como Xtabay emanaba un olor a flores en lugar de pestilencia, entonces cuando ella muriera su cuerpo tendría que liberar un aroma más agradable y perfumado.
Un pequeño puñado de personas, casi todos enfermos que habían sido atendidos por Xtabay, se compadecieron de ella y la llevaron a enterrar, y se cuenta que al día siguiente su tumba estaba cubierta de unas hermosas flores aromáticas que la gente no conocía. La tumba de Xtabay permaneció siempre florecida y aromática.

   Poco tiempo después murió Utz-Colel, y a su entierro acudió casi todo el pueblo, recordándola por su honestidad y por su rectitud. Entonces recordaron lo que Utz-Colel había dicho en vida acerca de que, al morir, su cuerpo debería emitir un aroma mucho más agradable que el de Xtabay. Pero, para asombro de todos, poco después de enterrarla comenzó a salir de la tierra un hedor insoportable, un terrible olor a cadáver putrefacto que la gente atribuyó a las “malas artes del demonio”, por lo que llenaron su tumba de flores, pero estas desaparecieron al amanecer.

   Se sabe que, al pasar el tiempo, Xtabay se convirtió en una flor dulce y de agradable aroma, llamada Xtabentun. En cambio, Utz-Colel se convirtió en un cactus lleno de espinas llamado Tzacam, un cactus del que brota una flor hermosa pero de olor desagradable que, para tocarla, se corre un gran riesgo de punzarse con las espinas.

   Fue entonces que, llena de envidia por la suerte de Xtabay, Utz-Colel llamó a los malos espíritus y consiguió la gracia de regresar al mundo convertida en mujer cada vez que lo quisiera con la apariencia de Xtabay para enamorar a los hombres, creyendo que con eso sería igual que Xtabay, ignorando que fue por sus buenas obras que Xtabay se convirtiera en Xtabentun.

   Pero al haber sido una mujer que nunca supo amar, Utz-Colel sólo consigue embrujar a los viajeros del mayab atrayéndolos con sus cantos y su belleza para darles muerte al desgarrarlos con las púas del Tzacam. Siempre los espera al caer la tarde sentada bajo los árboles conocidos como Ceibas, árboles sagrados para los mayas, junto a ellos crece la planta del Tzacam, el mismo lugar en donde son encontradas las víctimas de Utzl-Colel con el pecho desgarrado por sus punzones.

lunes, julio 14, 2014

Ateneo Peninsular


Se conoce con este nombre al antiguo Palacio Episcopal de Yucatán, edificio que se fue la residencia oficial de los obispos de Yucatán por espacio de unos 340 años. El inicio de la construcción del inmueble se remonta entre los años de 1573 a 1579, durante el gobierno eclesiástico de Fray Diego de Landa y su conclusión se da durante el período del obispo Fray Gonzalo de Salazar (1608-1663), quedando unido a la Catedral por el costado sur de ésta.

A mediados del siglo XIX, las leyes de Reforma y su aplicación en Yucatán no perturbaron gran cosa las condiciones y el uso del predio, pues aunque se determinó la propiedad del Estado sobre él, prosiguió como residencia obispal hasta mediados del mes de marzo de 1915, cuando hace su entrada a la ciudad de Mérida el Gral. Salvador Alvarado Rubio, investido de poderes extraordinarios por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Dn. Venustiano Carranza Garza. En efecto, a partir del 19 de marzo de 1915 el Gral. Alvarado dispuso la ocupación del Palacio Episcopal para servir de alojamiento a sus tropas, las que permanecieron hasta el 24 siguiente. Posteriormente, el 5 de junio del mismo año el militar incautó el edificio y encargó al entonces Director de Obras Públicas, Arqto. Manuel Amábilis, las reformas que dieron lugar al edificio tal y como se ve en la actualidad, es decir, la remodelación de las fachadas norte, sur y poniente y la apertura de una calle que lo separase de la Catedral.

Posiblemente el edificio toma su nombre de la sociedad literaria ''Ateneo Peninsular'' de la cual fue sede después de su remodelación en 1915,